Federico García Lorca y Salvador Dalí

En la actualidad y hasta finales de septiembre, se encuentra abierta en el Centro Cultural Chiang Kai-Shek, Taipei, auspiciada por la Fundación Stratton de Suiza, considerada como la institución que posee la mayor colección de sus obras,  una exposición que comprende una colección de 100 obras, la mayoría esculturas, del celebrado pintor catalán Salvador Dalí, cuyo seguro por riesgo está calculado en US$33 millones. Esa misma colección ha sido expuesta en más de 80 museos y ha sido visitada por más de 80 millones de personas.

Salvador Dalí durante toda su vida se caracterizó en cuanto a su temperamento por sus excentricidades, las cuales atribuyó a que sus padres, al morir su hermano mayor, llamado también Salvador, cuando todavía no había cumplido sus dos años, comparaban siempre el Salvador muerto con el Salvador procreado posteriormente, dijo en una ocasión que “Todas las excentricidades que he cometido, todas las incoherentes exhibiciones proceden de la trágica obsesión de mi vida. Siempre quise probarme que yo existía y no era mi hermano muerto. Como en el mito de Cástor y Pólux, matando a mi hermano, he ganado mi propia inmortalidad”.

En el mes de junio pasado, coincidiendo con el 114 aniversario del nacimiento de Federico García Lorca,  fue puesta en circulación en la ciudad de Nueva York la obra  El Amante Uruguayo, del escritor peruano  Santiago Roncagliolo, donde se narra la historia del adinerado Enrique Amorim  y sus relaciones amorosas con el poeta granadino. Ya años atrás el mismo autor escribió una obra que tuvo un fuerte impacto en la sociedad dominicana, a lo que se atribuye que no tuviera mucha difusión en nuestro territorio.

Sobre la presumida preferencia sexual de  García Lorca,  un amigo dijo que era extremadamente pudoroso en cuanto a su intimidad, y  aunque no aparentaba ser homosexual, nadie dudaba que lo era.

Al relacionar hoy la exposición de Dalí en Taipei y  la puesta en circulación del libro de Roncagiolo en Nueva York, me viene a la memoria la tormentosa relación que en su época existió entre el pintor catalán Salvador  Dalí y el poeta granadino Federico García Lorca.

Es ampliamente conocido el amor que García Lorca sentía por  Dalí, el cual nació durante los tiempos de estudiantes que permanecieron juntos en la Residencia de Estudiantes, en Madrid. Para recrear esa relación recurro como fuente principal a las obras “Lorca-Dalí. El amor que no pudo ser”, de Ian Gibson y “Buñel, Lorca, Dalí: El enigma sin fin”, de Agustín Sánchez Vidal.

Dalí dijo de Lorca: “Era un honor para mí que Federico estuviera enamorado de mí. Aquello no era amistad, era una pasión erótica muy fuerte. Esa es la verdad”.

En una ocasión le dijo Dalí a Lorca: “Tú eres una borrasca cristiana y necesitas de mi paganismo. La última temporada en Madrid te entregaste a lo que no debiste entregarte nunca. Yo iré a buscarte para hacerte una cara de mar. Será invierno y encenderemos lumbre. Las pobres bestias estarán ateridas. Tú te acordarás que eres inventor de cosas maravillosas y viviremos junto con una máquina de retratar”.
De esa relación nos dice Ian Gibson que tal vez la máxima tragedia de Dalí, aunque no lo formulara así, fue no haber podido corresponderle al poeta, allá por los felices tiempos de 1927, cuando todavía había tiempo.

Para rendirle pleitesía a ese amor, García Lorca escribió un poema de amor denominado Oda a Salvador Dalí, el cual gestó e inspiró durante una estancia del autor de Bodas de Sangre en Cadaqués, provincia de Gerona, España.

Para contribuir a la cultura popular dar click aquí para difundir ese poema.

ODA A SALVADOR DALI
Una rosa en el alto jardín que tu deseas.
Una rueda en la pura sintaxis del acero.
Desnuda la montaña de niebla impresionista.
Los grises oteando sus balaustradas últimas.
Los pintores modernos, en sus blancos estudios,
cortan la flor aséptica de la raíz cuadrada.
En las aguas del Sena un iceberg de mármol
enfría las ventanas y disipa las yedras.
El hombre pisa fuerte las calles enlosadas.
Los cristales esquivan la magia del reflejo.
El Gobierno ha cerrado las tiendas de perfume.
La máquina eterniza sus compases binarios.
Una ausencia de bosques, biombos y entrecejos
yerra por los tejados de las casas antiguas.
El aire pulimenta su prisma sobre el mar
y el horizonte sube como un gran acueducto.
Marineros que ignoran el vino y la penumbra
decapitan sirenas en los mares de plomo.
La Noche, negra estatua de la prudencia, tiene
el espejo redondo de la luna en su mano.
Un deseo de formas y límites nos gana.
Viene el hombre que mira con el metro amarillo.
Venus es una blanca naturaleza muerta
y los coleccionistas de mariposas huyen.
*
Cadaqués, en el fiel del agua y la colina,
eleva escalinatas y oculta caracolas.
Las flautas de madera pacifican el aire.
Un viejo dios silvestre da frutas a los niños.
Sus pescadores duermen, sin ensueño, en la arena.
En alta mar les sirve de brújula una rosa.
El horizonte virgen de pañuelos heridos
junta los grandes vidrios del pez y de la luna.
Una dura corona de blancos bergantines
ciñe frentes amargas y cabellos de arena.
Las sirenas convencen, pero no sugestionan,
y salen si mostramos un vaso de agua dulce.
*
¡Oh Salvador Dalí, de voz aceitunada!
No elogio tu imperfecto pincel adolescente
ni tu color que ronda la color de tu tiempo,
pero alabo tus ansias de eterno limitado.
Alma higiénica, vives sobre mármoles nuevos.
Huyes la oscura selva de formas increíbles.
Tu fantasía llega donde llegan tus manos,
y gozas el soneto del mar en tu ventana.
El mundo tiene sordas penumbras y desorden,
en los primeros términos que el humano frecuenta.
Pero ya las estrellas ocultando paisajes,
señalan el esquema perfecto de sus órbitas.
La corriente del tiempo se remansa y ordena
en las formas numéricas de un siglo y otro siglo.
Y la Muerte vencida se refugia temblando
en el círculo estrecho del minuto presente.
Al coger tu paleta, con un tiro en un ala,
pides la luz que anima la copa del olivo.
Ancha luz de Minerva, constructora de andamios,
donde no cabe el sueño ni su flora inexacta.
Pides la luz antigua que se queda en la frente,
sin bajar a la boca ni al corazón del hombre.
Luz que temen las vides entrañables de Baco
y la fuerza sin orden que lleva el agua curva.
Haces bien en poner banderines de aviso,
en el límite oscuro que relumbra de noche.
Como pintor no quieres que te ablande la forma
el algodón cambiante de una nube imprevista.
El pez en la pecera y el pájaro en la jaula.
No quieres inventarlos en el mar o en el viento.
Estilizas o copias después de haber mirado
con honestas pupilas sus cuerpecillos ágiles.
Amas una materia definida y exacta
donde el hongo no pueda poner su campamento.
Amas la arquitectura que construye en lo ausente
y admites la bandera como una simple broma.
Dice el compás de acero su corto verso elástico.
Desconocidas islas desmienten ya la esfera.
Dice la línea recta su vertical esfuerzo
y los sabios cristales cantan sus geometrías.
*
Pero también la rosa del jardín donde vives.
¡Siempre la rosa, siempre, norte y sur de nosotros!
Tranquila y concentrada como una estatua ciega,
ignorante de esfuerzos soterrados que causa.
Rosa pura que limpia de artificios y croquis
y nos abre las alas tenues de la sonrisa.
(Mariposa clavada que medita su vuelo.)
Rosa del equilibrio sin dolores buscados.
¡Siempre la rosa!
*
¡Oh Salvador Dalí de voz aceitunada!
Digo lo que me dicen tu persona y tus cuadros.
No alabo tu imperfecto pincel adolescente,
pero canto la firme dirección de tus flechas.
Canto tu bello esfuerzo de luces catalanas,
tu amor a lo que tiene explicación posible.
Canto tu corazón astronómico y tierno,
de baraja francesa y sin ninguna herida.
Canto el ansia de estatua que persigues sin tregua
el miedo a la emoción que te aguarda en la calle.
Canto la sirenita de la mar que te canta
montada en bicicleta de corales y conchas.
Pero ante todo canto un común pensamiento
que nos une en las horas oscuras y doradas.
No es el Arte la luz que nos ciega los ojos.
Es primero el amor, la amistad o la esgrima.
Es primero que el cuadro que paciente dibujas
el seno de Teresa, la de cutis insomne,
el apretado bucle de Matilde la ingrata,
nuestra amistad pintada como un juego de oca.
Huellas dactilográficas de sangre sobre el oro
rayen el corazón de Cataluña eterna.
Estrellas como puños sin halcón te relumbren,
mientras que tu pintura y tu vida florecen.
No mires la clepsidra con alas membranosas,
ni la dura guadaña de las alegorías.
Viste y desnuda siempre tu pincel en el aire,
frente a la mar poblada con barcos y marinos.

Tres años antes de morir Dalí dijo que esa relación fue un amor erótico y trágico, por el hecho de no poderlo compartir.

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