En otras ocasiones he relatado que a nuestra llegada a la Suprema Corte de Justicia, el 5 de agosto de 1997 —fecha de la toma de posesión— las relaciones del Poder Judicial dominicano con sus pares internacionales eran casi nulas. Una de nuestras primeras tareas fue fomentar esas relaciones, fruto de las cuales nos permitió que fuésemos de los pocos presidentes de cortes supremas que asistimos a París, Francia, a la conmemoración del Bicentenario del Código Civil, durante los días 11 y 12 de marzo de 2004. La invitación vino del primer presidente de la Corte de Casación de ese país, el magistrado Guy Canivet, a través de la embajada de Francia en nuestro país. Durante nuestra estada en París fuimos recibido en su despacho de la Corte de Casación por el magistrado Canivet, a quien invitamos para visitar a la República Dominicana, lo cual ocurrió el 28 de junio de ese mismo año 2004, y pronunció una conferencia en la Escuela Diplomática y Consular de la entonces Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores, con el título La evolución de los métodos de interpretación del Código Civil.
La noche antes de la celebración oficial del Bicentenario, la Corte de Casación francesa ofreció una cena en su sede, con la participación de todos los presidentes de cortes y tribunales supremos de justicia invitados, así como autoridades de ese país.
Llamo la atención de que el 11 de marzo de 2004 mientras el presidente Chirac pronunciaba sus palabras de bienvenida, interrumpió su discurso para anunciar que había recibido la información de que la estación de Atocha, en Madrid, España, había sido objeto de un atentado terrorista, lo que motivó que el presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial del Reino de España, el amigo Francisco Hernando Santiago, quien estaba sentado a mi lado, me dijo que tenía que salir inmediatamente para Madrid, razón por la cual no participó en los demás eventos del Bicentenario.
La República Dominicana se unió a la celebración de ese Bicentenario, para lo cual la Embajada de Francia en nuestro país y la Asociación Hipólito Herrera Billini por el Desarrollo de la Cultura Jurídica Dominicana, conjuntamente con el Poder Judicial dominicano organizaron en el auditorio de la Suprema Corte de Justicia, una conferencia a cargo del magistrado Rafael Luciano Pichardo, Primer Sustituto de Presidente de la Suprema Corte de Justicia, correspondiéndome la presentación de dicho magistrado, para lo cual pronuncie las palabras que transcribo a continuación.
Agradezco la invitación formulada por la embajada de Francia en la República Dominicana y por la Asociación Hipólito Herrera Billini, para pronunciar las palabras de apertura de este acto.
En el año 1253 el teólogo Roberto de Sorbón fundó la Sorbona, que en sus orígenes era un albergue para los jóvenes que recibían la enseñanza en teología, siendo su primer nombre Congregación de Maestros Pobres Estudiantes de Teología. Durante la Edad Media fue uno de los grandes centros de la enseñanza religiosa europea, brazo derecho de la iglesia; en ella comenzó a funcionar la primera imprenta francesa.
El 9 de septiembre de 1855, fruto de la unión matrimonial de Francois de Richelieu y Suzanne de Porte, nace en París, Armand-Jean Du Plessis de Richelieu, quien durante mucho tiempo fue conocido simplemente como Du Plessis, hasta la muerte en un duelo de su hermano mayor Henri, en el año 1619, convirtiéndose desde entonces en Richelieu, aunque en su condición de obispo, pues el título de cardenal lo alcanzó cuando se le impuso el capelo cardenalicio en Lyon el 22 de diciembre de 1622.
Al morir en ese mismo año de 1622 Henri de Gondi, Richelieu solicitó y obtuvo el puesto de proviseur de la Sorbona, el cual era una mezcla entre patrón y protector, desde donde él mismo financió la reconstrucción física de la Sorbona Qua Colegio de la universidad. Richelieu se encontraba ligado a esa academia desde el 29 de octubre de 1607 cuando recibió el doctorado en teología, convirtiéndose en miembro de la misma. Es evidente que sus dubitativos amoríos con María de Médecis, madre del Rey Luis XIII, no fueron un obstáculo para impulsar el desarrollo de la que hacía ya mucho tiempo era la respetable universidad, así como de forjar a una Francia como unidad cultural con propia identidad nacional.
Dos esculturas, una de Roberto de Sorbón y otra del cardenal Richelieu flanquean la tarima central del Gran Anfiteatro de la Sorbona, como vigilantes de que se mantenga el prestigio de esa universidad; recinto que sirvió de escenario para la celebración durante los días 11 y 12 de marzo del presente año del coloquio del Bicentenario del Código Civil, ocasión que sirvió de marco para dejar constituida la Red de Cortes Supremas de Justicia de la Unión Europea, compuesta por los 25 países que a la fecha han sido aceptados como miembros de la Unión Europea y cuya presidencia recayó en la persona del magistrado Guy Canivet, primer presidente de la Corte de Casación Francesa.
En la sesión inaugural de ese magno evento, el cual contó con la presencia de las máximas autoridades francesas, encabezadas por el presidente de la República, Jaques Chirac; Michel Grimaldi, presidente de la Asociación Henry Capitant de Amigos de la Cultura Jurídica Francesa; Christian Poncelet, presidente del Senado; Dominique Prevén, ministro de Justicia; Jean-Louis Debré, presidente de la Asamblea Nacional, y otros. El presidente de la República, dirigiéndose a un auditórium donde los únicos Presidentes de Cortes Supremas de Justicia de América presentes eran los de Brasil, Colombia y República Dominicana, comenzó sus palabras con una cita de Napoleón: «Mi verdadera gloria no es haber ganado cuarenta batallas. Lo que nada borrará, que vivirá eternamente, es mi Código». Al referirse a la codificación de 1804 la consideró como un acto político de real relevancia histórica, la llave de la bóveda de nuestro sistema jurídico, pero también de verdadera Constitución civil de Francia. El Código Civil, abundó, ha reforzado la cohesión nacional, reemplazando la diversidad de costumbres por la autoridad de una ley ante la cual todos los franceses son iguales. El ha contribuido poderosamente a difundir los valores de la Revolución en el conjunto de nuestro derecho; la codificación no se reduce a recolección pasiva de textos.
Un pasaje del discurso del presidente Chirac, que me llamó gratamente la atención es cuando afirma que el juez necesita en efecto un instrumento claro, preciso y completo para asumir su rol, que en las sociedades modernas es esencial. Se ha convertido en el regulador. Nosotros hacemos pasar por él las exigencias más contradictorias. Esperamos que sancione y que proteja, que incrimine y que repare, que dispense la seguridad jurídica y que él cree el derecho. Le exigimos ser reservado, pero también audaz. Le exigimos que tenga el sentido de la aplicación del derecho, pero también de la equidad.
Personalmente entiendo que después de dos siglos de vigencia, el gran mérito que tiene el Código Civil en la actualidad es que sus conceptos jurídicos y su flexibilidad en su interpretación han permitido su adaptabilidad a la transformación de la sociedad francesa, pasando de una organización patriarcal a la afirmación de la igualdad entre hombres y mujeres. Ya no estamos en la situación de la época en que fue celebrado el primer centenario en 1904, cuando en Francia una feminista quemó ese libro rojo al pie de la columna de Vendôme.
La exposición sobre los documentos relativos al Código Civil que fue celebrada en los salones de la Asamblea Nacional Francesa, durante los días del 12 al 15 de marzo del presente año, nos permitió conocer, no solamente la versión original del proyecto de Código Civil presentado por Cambaceres, sino comprobar que, si ciertamente la mitad de sus artículos subsiste en su versión original, la otra mitad ha sido profundamente modificada por la acción legislativa, principalmente durante la III, IV y V República, incluyendo las del 18 de junio de 2003 sobre el nombre de familia. Como ejemplos de las modificaciones introducidas al Código Civil para adaptarlo a las transformaciones de la sociedad, es importante destacar la ley del 22 de julio de 1993 sobre el derecho de la nacionalidad, la ley del 20 de julio de 1994 relativa al cuerpo humano, la del 15 de noviembre de 1999 sobre el pacto civil de solidaridad, y la del 3 de diciembre de 2001 sobre los derechos del cónyuge superviviente.
Ese foro de luz del derecho universal, ese gigante jurídico, que es el Código Civil, sufre hoy en día en Francia los embates de un derecho comunitario cada día más dinámico y absorbente, donde ya se encuentra sobre el tapete la tarea de la recodificación, y en la República Dominicana se enfrenta a una globalización, manifestaba por los tratados de libre comercio, como paso previo a una integración económica, que nos obliga a introducir en su contenido profundas reformas, a fin de que pueda sobrevivir y seguir sirviendo de fuente primordial de nuestra legislación.
El derecho se encuentra sometido a la dinámica de la sociedad y es por esa razón que aun con las profundas modificaciones introducidas en Francia al Código Civil, el propio presidente Chirac ha anunciado una reforma del derecho de los contratos y de las garantías (hipotecas, fianzas, etc.), así como el divorcio, la filiación y el derecho sucesoral.
Hoy nuestro país se une al grupo de países que rinde tributo al Código Civil, junto a Marruecos, Rusia, Brasil, Colombia, Gran Bretaña, Perú, Estados Unidos, Canadá, Alemania, México, Vietnam, China y Japón.
En ocasión de su bicentenario, y para hablarnos de la primera codificación moderna, nadie con más propiedad, por representar la expresión más sobresaliente de los dominicanos vivos del pensamiento jurídico francés, del jurista de grandes fustes y seguidor permanente de las corrientes doctrinarias y jurisprudenciales de Francia, que el Magistrado Rafael Luciano Pichardo.
¡Muchas gracias!
Dr. Jorge A. Subero Isa
Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la República Dominicana