“Por eso el pueblo clama que “si el Rey no muere, el reino muere”. “He sufrido prisión por deudas a la Corona pero que yo sepa, ni el Rey ni ningún personaje de su corte ni de la administración ha ido a la cárcel tras la última quiebra de la hacienda real. Y ahí sí que se han dejado deudas a pobres diablos”.

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A la edad de 19 años comencé a asumir mis primeros deberes laborales en lo que en esa época era el Ministerio de Educación, Bellas Artes y Cultos, denominación que se consagró en  el  Acta Institucional, que fue la Constitución de la República  que  nos rigió después de la Revolución de Abril de 1965 hasta la proclamación de la Constitución de 1966, posición que ocupé con el rimbombante título de “Auxiliar Técnico de Impresos y Publicaciones de los Talleres Tipográficos “La Nación”, Ministerio de Educación, Bellas Artes y Cultos”, con una remuneración mensual de RD$100.00, recibiendo mi primer cheque por los días trabajados desde el 23 al 30 de septiembre del año 1966, por la suma de RD$22.85, el cual entregué a mis padres como señal de agradecimiento, el que enmarcaron como un recuerdo y que luego de la muerte de ellos lo recuperé y todavía está en mi poder. Compartí esas funciones al mismo tiempo que realizaba mis estudios de Derecho en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), permaneciendo, aunque con otra denominación de mayor categoría, en esa dependencia oficial, ya con el nombre de Secretaría, hasta la fecha en que obtuve mi exequátur para el ejercicio de la profesión de abogado.
Desde esa lejana época no solamente he sido un defensor  sino un practicante de la planificación como un instrumento valioso para organizar la vida, lo que ha traído como consecuencia que casi nunca las cosas que ocurren me toman desprevenido, pero tampoco las dejo para última hora. La planificación de mi familia en todos los sentidos  ha sido parte de esa política que tan buenos resultados me ha dado.
Consecuente con esa forma de  actuar y en razón de la proximidad del 7 de enero de 2012, Día del Poder Judicial, desde mucho tiempo atrás a mi separación de la presidencia de la Suprema Corte de Justicia, que se hizo efectiva el 28 de diciembre próximo pasado, estaba preparando lo que sería el discurso de Presidente en ocasión de ese día. Como es de conocimiento de todos, obviamente ese discurso no fue pronunciado. Hoy quiero dar a conocer parte de lo que hubiese sido el mismo.
Confieso no tener temor  de que me acusen de tener una pasión necrológica,  razón por la cual puedo válidamente recurrir a Miguel de Cervantes Saavedra, en cuyo honor existe en España el Instituto  que lleva su nombre y a quien apenas la semana pasada el Gobierno español le ha ofrecido su Presidencia a Mario Vargas Llosa, según informó el Ministro de Asuntos Exteriores José Manuel García- Margallo, quien  subrayó el “talante extraordinario” de Mario Vargas Llosa, una personalidad muy aceptada “aquí y allí”, además de un “amante de las libertades, un defensor de la democracia y un apasionado por la cultura en español”. Luego de transcurrir varios días de esa oferta el escritor rechazó la misma, aunque manifestó su decisión de seguir colaborando con dicho instituto.

Ese Cervantes que guardó prisión por deudas contraídas con la Corona mientras era recaudador de impuestos para las galeras de Felipe II, y que  al ser liberado, según relato un tanto novelado, dijo: “Empeñando todos mis bienes y los de mi esposa pude pagar una fianza necesaria para conseguir un nuevo puesto, otra vez como recaudador. Se trataba de recuperar dos millones y medio de maravedíes por tasas atrasadas a la Corona. ¡El Rey premiaba nuevamente mis servicios con la tarea de incautar bienes a los pobres! Para mi desgracia he ido ingresando el producto de la recaudación en un banco de Sevilla esperando el momento de rendir cuentas. Se trataba de una casa que creí solvente, pero que cayó en bancarrota semanas antes de tener yo que comparecer ante la Real Hacienda para liquidar lo incautado. La prisión ha sido, nuevamente, el precio de mis favores”. (Amós Milton, El Abogado de Indias).

O a quien también se le atribuye haber dicho ante la grave situación económica imperante en España en su época, según el mismo relato: “Por eso el pueblo clama que “si el Rey no muere, el reino muere”. “He sufrido prisión por deudas a la Corona pero que yo sepa, ni el Rey ni ningún personaje de su corte ni de la administración ha ido a la cárcel tras la última quiebra de la hacienda real. Y ahí sí que se han dejado deudas a pobres diablos”. O el que aconseja a su joven abogado defensor  que no cesaba de reír y se encontraba exultante y bebía vino sin cesar celebrando la liberación de su cliente, diciéndole: “Apreciado letrado, debes ser más templado en el beber que el vino demasiado, ni guarda secreto, ni cumple palabra”. (idem).

Recurro hoy a la obra cumbre de Miguel de Cervantes Saavedra,  el Don Quijote de la Mancha, hoy tan olvidada y lejana en el tiempo como decir la palabra “gracias”  y de quien el Nóbel de Literatura 2010, Mario Vargas Llosa, ha dicho refiriéndose a su ideal: “Ese ideal es imposible de alcanzar porque todo en la realidad en la que vive el Quijote lo desmiente: ya no hay caballeros andantes, ya nadie profesa las ideas ni respeta los valores que movían a aquéllos, ni la guerra es ya un asunto de desafíos individuales en los que, ceñidos a un puntilloso ritual, dos caballeros dirimen fuerzas. Ahora, como se lamenta con melancolía el propio don Quijote en su discurso sobre las Armas y las Letras, la guerra no la deciden las espadas y las lanzas, es decir, el coraje y la pericia del individuo, sino el tronar de los cañones y la pólvora, una artillería que, en el estruendo de las matanzas que provoca, ha volatilizado aquellos códigos del honor individual y las proezas de los héroes que forjaron las siluetas míticas de un Amadís de Gaula, de un Tirante el Blanco y de un Tristán de Leoní. (Don Quijote de la Mancha,  Presentación, Edición del IV  Centenario, Real; Asociación de Academias de la Lengua Española, edición y notas de Francisco Rico, quinta reimpresión, 2005, México).

A esa monumental obra, recurro, lo repito, para recordarles a los nuevos y viejos jueces algunos de los sabios consejos que recibió Sancho Panza de parte de su protector  antes de asumir como gobernador de la isla Barataria, prometida por el duque, cuando le dice:
  
   “Primeramente, ¡oh, hijo!, has de temer a Dios, porque en el temerle está la sabiduría y siendo sabio no podrás errar en nada”.

   “Lo segundo, has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte, como la rana que quiso igualarse con el buey, que si esto haces, vendrá a ser feos pies de la rueda de tu locura la consideración de haber guardado puercos en tu tierra.

   “Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, y no te desprecies de decir que vienes de labradores, porque viendo que no te corres, ninguno se pondrá a correrte, y préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio. Innumerables son aquellos que de baja estirpe nacidos, han subido a la suma dignidad pontificia e imperatoria; y de esta verdad te pudiera traer tantos ejemplos, que te cansarán”.

   “Mira, Sancho: Si tomas por medio a la virtud, y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a los que padres y abuelos tienen príncipes y señores, porque la sangre se hereda, y la virtud se aquista, y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale”.

   “Nunca te guíes por la ley del encaje, que suele tener mucha cabida, con los ignorantes que presumen agudos”.

   “Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia que las informaciones del rico”;

   “Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico como por entre los sollozos e importunidades del pobre”.

   “Cuando pudiere  y  debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente que no es mejor fama del juez riguroso que la del compasivo”.

   “Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia”.

   “Cuando te sucediere juzgar algún pleito de algún enemigo, aparta las mientes de tu injuria y ponlas en la verdad del caso.”

   “No te ciegue la pasión propia en la causa ajena, que los yerros que en ella hicieres las más veces serán sin  remedio, y si le tuvieren, será a costa de tu crédito, y aun de tu hacienda”.

   “Si alguna mujer hermosa viniere a pedirte justicia, quita los ojos de sus lágrimas y tus oídos de sus gemidos, y considera de espacio la sustancia de lo que pide, si no quieres que se anegue tu razón en su llanto y tu bondad en sus suspiros”.

   “Al que has de castigar con obras, no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones”.

   “Al culpado que cayere debajo de tu jurisdicción considérale hombre miserable, sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra, y en todo cuanto fuera de tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstratele piadoso y clemente, porque aunque los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea, a nuestro ver el de la misericordia que el de la justicia”.

   “Si estos preceptos y estas reglas sigues, Sancho, serán luengos tus días, tu fama será eterna, tus premios colmados, tu felicidad indecible, casarás tus hijos como quisieres, títulos tendrán ellos y tus nietos, vivirás en paz y beneplácito  de las gentes, y en los últimos pasos de la vida te alcanzará el de la muerte en vejez suave y madura, y cerrarán  tus ojos las tiernas y delicadas manos de tus terceros netezuelos.”.

Los buenos consejos siempre han sido muy importantes en la vida de las personas. Basta con recordar el viejo refrán que dice “quien se lleva de consejo muere de viejo”.
De todos esos consejos que Don Quijote de la Mancha da a Sancho Panza hay uno que me llama la atención y es cuando le dice: “Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico como por entre los sollozos e importunidades del pobre”. En este consejo se le llama la atención al juez sobre el poder que suelen ejercer los ricos para inclinar la  balanza de la justicia a su favor en base a dinero; así como las lágrimas que derraman los pobres como instrumento para obtener su absolución. En ambos casos el juez debe actuar con total y absolutamente independencia, única garantía de que impartirá una justicia equilibrada.»

2 respuestas

  1. Al leer estas lineas, sabias y con un corte orientado a mantener y sostener los principios y valores y compararlas con el ejercicio del poder en nuestros dìas, nos damos cuenta, que cada dìa vamos cambiando el rumbo hacia donde debemos dirigirnos como paìs, como naciòn, como sociedad. El ejercicio de la Justicia, debe estar sustentado en el castillo moral fortificado que deberìa tener cada individuo convencido de que de otra forma no es posible alcanzar el mas alto valor de la justicia social y de dar a cada quien lo que corresponde, segùn sus actuaciones. Dios, es llamado el justo Juez, porque da a cada quien lo que justamente le corresponde.
    Quien màs se parece a Dios, es un Juez, porque tiene en su poder la decisiòn de la vida o la muerte (condenar y/o descargar, segùn sea el caso)de un ser humano.
    Este artìculo publicado por usted honorable magistrado, es un llamado a la reflexiòn, al rescate de los verdaderos principios y valores sobre los cuales mucho de nosotros hemos sido formados y que poco a poco estàn siendo cercenados en nuestra sociedad.
    Me deleito en lecturas de esta naturaleza que cultivan el conocimiento y nos colocan a la vanguardia de la reflexiòn para crear un cerco que contribuya a fortalecer cada vez màs nustro castillo moral. Que en nada se debilite, que en nada se derrumbe, que en nada se vaya a pique, nuestra convicciòn de que la verdad siempre prevalecerà y de que la justicia es el màs alto ideal.

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