Palabras del Dr. Jorge A. Subero Isa en la puesta en circulación de la obra de autoría de 
Autoría del Padre Julián
 

He tenido a través de los tiempos la dicha de presentar muchos libros sobre diferentes tópicos, pero nunca había tenido la oportunidad de presentar un libro escrito por un sacerdote, no sobre la vida de otro sacerdote, sino sobre la obra de ese sacerdote.
Ya  afirmaba en días pasados a propósito de la puesta en circulación de un libro sobre la dignidad humana que cuando un amigo le encomienda a otro la tarea de presentar una obra, principalmente cuando ella consiste en la puesta en circulación de un libro, le está ocasionando un triple problema consistente en lo difícil que resulta separar el amigo, el autor y el libro mismo.
El amigo es aquella persona por quien sentimos afectos y en quien depositamos la confianza necesaria para confiarle muchas veces secretos que lo tornan cómplice de ciertos acontecimientos. Por eso no hay nada que cause más indignación cuando esa confianza no es correspondida en la misma medida en que fue depositada. La palabra amigo fue inventada con la finalidad de que en determinados momentos nos acordemos que hay una persona que se llama así; a quien podemos acudir sin esperar que nos llamen cuantas veces las circunstancias lo demanden. Como dijo el poeta, el amigo ha de ser como la sangre, que acude luego a la herida sin esperar que le llamen.
 
Pero en esta ocasión el problema para mí adquiere matices diferentes a los que me correspondió en aquella ocasión, pues aunque se trata de un amigo, se trata más, de un ser humano extraordinario, que sin mezquindades, tan propias de nuestra época, es capaz de decir sobre el protagonista de la obra lo siguiente:
 
 “Al pensar en él, al meditarlo a través del recuerdo y bajo la influencia de sus obras, lo veo alzarse, alto y fuerte como una montaña; prometedor como un camino muy ancho; blando y acogedor como un regazo; iluminado de infinito en una perspectiva sin limitaciones”.
 
Durante algunos años me unen estrechos vínculos con el convocante a este acto, que se traducen en amistad y en admiración, y por vía de consecuencia, me siento su amigo, pero también parte de su rebaño. Ese amigo es el reverendo padre Nimio Hernández Reinoso, conocido por la grey como el Padre Julián.
 
El autor, por su parte, es quien ha desarrollado todo su intelecto para producir una obra que está destinada no solamente al amigo, también al adversario, y a toda la sociedad quien finalmente la juzgará con un rigor que los jueces humanos no conocen.
 
El autor de la obra que hoy presentamos es una persona dotada de una recia personalidad, comprometido con la sociedad, y sobre todas las cosas humildes como son los sabios, quienes han sido los forjadores de la humanidad. Nacido en Villa Altagracia un 12 agosto de 1966, Dios le había trazado el camino para conducirlo a otro pueblo donde sus fiestas patronales también son en honor a la Virgen de la Altagracia, como una forma de que la Virgen lo siguiera cubriendo con su manto, y no añorara tanto la partida de su lugar de origen. Llegó a San José de Ocoa,  cuando el frío de las montañas descendía sobre el pueblo. Lo hizo en las Navidades, en la segunda quincena del mes de diciembre de 2004, sin haberse ordenado sacerdote todavía, pues esto aconteció el 14 de mayo de 2005, en su pueblo natal. Ese autor es el Padre Julián.

El libro es el fruto final de un esfuerzo que ha llevado al autor a transitar agotadoras horas de estudios e investigaciones con la finalidad de satisfacer primero, las inquietudes de su autor, y posteriormente, las necesidades de una sociedad determinada. Pero en este caso la obra que presentamos sobre todas las cosas lo que persigue es perpetuar la obra del protagonista de la misma. Y esto tiene mucha importancia, porque muchas veces las grandes obras realizadas por los seres humanos se pierden por no haberse plasmado en un libro. A la obra que nos referimos es “Padre Luis Quinn, Sacerdote ante todo”.
 
El libro tiene un poder tan inmenso que acaba primero la vida del amigo y de su propio autor, mientras él sobrevive todavía más allá del Cementerio de los  Libros Olvidados de que nos habla Carlos Ruiz Zafón, pues alguien irá a ese cementerio a rescatarlo, como lo hizo Daniel Sempere acompañado de su padre en La Sombra del Viento.
 
Hay obras literarias que a través de la historia les deben su éxito a la personalidad de sus autores. Hay otras que por el contrario adquieren más valor que el propio autor que la escribió. 
 
Posiblemente Helena de Troya hubiese pasado desapercibida en la historia si Homero no recoge su rapto en sus poemas épicos. El Aleph alcanzó su fama de manos de su autor, el argentino Jorge Luis Borges. Quizás el General en su Laberinto, de Gabriel García Márquez no hubiese alcanzado el éxito tan rotundo si no hubiese sido por la internacionalización que su autor le imprimió a la obra.
 
O tal el caso del coronel Chabert, de no haber sido por la obra del mismo nombre de Honoré de Balzac. Aquel coronel que luego de haber sido dado por muerto en la batalla de Eylau regresa y encuentra a su esposa casada con otro hombre, cuando al final del cuento su  abogado Derville, dirigiéndose a Godeschal le dice:
 
“—¡Qué destino! exclamó Derville. Salido del hospicio de niños, vuelve á morir al hospicio de ancianos, después de haber ayudado en el intervalo á Napoleón a conquistar Egipto y Europa. ¿Sabe usted, querido mío, repuso Derville después de una pausa, que existen en nuestra sociedad tres seres, el sacerdote, el médico y el hombre de justicia que no pueden estimar el mundo? Usan hábitos negros, sin duda porque llevan luto por todas las virtudes y por todas las ilusiones. Pero el más desgraciado de los tres es el procurador (Abogado, Jasi). Cuando el hombre va á buscar al sacerdote, lo hace impulsado por el arrepentimiento, por los remordimientos por creencias que le hacen interesante, que le engrandecen y que consuelan el alma del mediador, cuya labor no deja de ser agradable, pues tiende á purificar, á reparar y á reconciliar. Pero nosotros los abogados vemos siempre repetirse los mismos malos sentimientos, sin que nada los corrija, y nuestros estudios son sumideros que no es posible sanear. ¡Cuántas cosas no he aprendido yo ejerciendo mi profesión! Yo he visto morir á un padre en un granero sin medio alguno de subsistencia, abandonado por dos hijos a los que había dado cuarenta mil francos de renta. Yo he visto quemar testamentos; yo he visto madres despojando de lo suyo á sus hijos, maridos robando a sus mujeres y mujeres matando á sus maridos, sirviéndose del amor que les inspiraban para volverles locos o imbéciles, á fin de vivir en paz con un amante. He visto madres que daban todos los gustos al hijo habido en el primer matrimonio, para acarrearle la muerte y poder enriquecer al hijo del amor. No puedo decirle a usted todo lo que he visto, pues he presenciado crímenes contra los cuales es impotente la justicia. Todos los horrores que los novelistas creen inventar están siempre muy por debajo.
 
Otras obras literarias, por el contrario, han sido la catapulta que han lanzado a la fama a sus autores. Tal es el caso de Miguel de Cervantes Saavedra quien adquirió su fama a partir de la publicación de su monumental obra El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.
 
Antes de Cervantes escribir esa obra había estado preso por evasión de impuestos. En un relato un poco novelado del escritor español Amós Milton, refiriéndose a  Cervantes, nos dice que en una ocasión dijo:
 
“He sufrido prisión por deudas a la corona pero que yo sepa, ni el Rey ni ningún personaje de su corte ni de la administración ha ido a la cárcel tras la última quiebra de la hacienda real. Y ahí sí que se han dejado deudas a pobres diablos”.
Un jurista y médico árabe de Bagdad, llamado  Abad al-Latif decía:
 
“Os recomiendo que no aprendáis sin ayuda vuestras ciencias de los libros, aunque confíes en vuestra capacidad de comprensión. Buscad a los profesores en cada ciencia que intentéis adquirir; y si vuestro profesor tiene un saber limitado tomad todo lo que pueda ofrecer, hasta encontrar otro mejor que él. Debéis venerarlo y respetarlo (…). Al leer un libro, esforzaos todo lo posible para aprenderlo de memoria y asimilar su sentido. Imaginad que el libro desapareció y que podéis prescindir de él, sin que os afecte su pérdida (…). Uno debe leer relatos, estudiar biografías y conocer las experiencias de las naciones. De este modo, será como si en el breve lapso de su vida él hubiese vivido contemporáneamente con pueblos del pasado, mantuviese con ellos una relación íntima y conociera las virtudes y los defectos de cada uno (…). Debéis moderar vuestra conducta según la de los primeros musulmanes. Por lo tanto, leed la biografía del Profeta, estudiad sus hechos y sus pensamientos, seguid sus pasos y haced cuanto podías para imitarlo (…). Debéis desconfiar a menudo de vuestra propia naturaleza; en lugar de tener buena opinión de ella, someted vuestros pensamientos a los hombres de saber y a sus obras, procediendo con cautela y evitando el apremio (…). Quien no ha soportado el esfuerzo del estudio no podrá saborear la alegría del conocimiento (…). Cuando hayáis completado vuestro estudio y vuestra reflexión, ocupad vuestra lengua con la mención del nombre de Dios, y elevad Sus alabanzas (…). No os quejéis si el mundo os da la espalda, pues os distraerá de la adquisición de excelentes cualidades (…). Sabe que el conocimiento deja una huella y un perfume que proclama a su poseedor; un rayo de luz y brillo que lo envuelve y lo destaca (…)”.
 
Es verdad que no podemos cambiar el mundo, pero también es verdad que sí podemos cambiar a la gente, principalmente a aquellos que nos rodean, pero es preciso que nos forjemos una idea de lo que pretendemos ser para llegar a una meta. El Padre Luis tenía muy claro su meta para lo cual había trazado su mapa mental. El sabía hacia donde iba y lo que quería.
 
Lo que mejor refleja lo que expresamos es el relato del escultor de un bloque de granito que estando en plena faena recibió la visita de un niño y éste le preguntó qué estaba buscando y el escultor le dijo espera y verás. Luego de varios días el niño volvió y encontró que el escultor había esculpido un hermoso caballo del bloque de granito. El niño sorprendido le preguntó ¿cómo supiste que el caballo estaba ahí dentro del bloque de granito? Lógicamente, el escultor había visto la forma del caballo en el bloque de granito, mucho antes de esculpirlo.
 
La vida y obra del Padre Luis no cabe en un libro, pues como ocurre con los grandes seres humanos nunca terminan de recogerse, apareciendo cada día nuevos acontecimientos que nos hablan de la grandeza de ellos. En nuestro lar nativo siempre hemos tenido la dicha de contar con grandes párrocos, por lo que no podemos decir como dijera en una ocasión Napoleón que él había encontrado la corona de Francia en el suelo y la levantó con la punta de su espada.
 
A su llegada a nuestro pueblo la corona de la Iglesia no se encontraba en el suelo, sin embargo, con la fuerza de su espíritu, con la fortaleza de sus brazos y con la fe en Dios transformó el modo en que sus ovejas estuvieran  más cerca de Dios. Considero que nos acercó más a Dios a través de la meditación que de la propia oración. Leí recientemente en una obra que la oración es el acto de hablar con Dios mientras que la meditación es el escuchar.
 
 A medida que pasa el tiempo más apreciamos el valor de aquella expresión que escuché en una ocasión: Sin la sombra ignoraríamos el valor de la luz. Pero no fue necesario conocer la sombra que nos cubrió con su partida  para que en vida los ocoeños valorásemos su grandiosa obra. Su luz nos ilumina desde el infinito cada día con mayor intensidad.
 
No acierto recordar si alguna vez lo vi con el color del pelo propio de la adolescencia. Sí cuando el cúmulo de cariño y abnegación había tintado de blanco su cabello, como las almas puras.
 
Murió a una  edad que no se compadecía con deseo de vivir para seguir sirviendo a los demás. No murió a la edad en la que como decía Talleryrand: Parece que después de los ochenta años todos los contemporáneos son amigos”. Pero vivió lo suficiente para dejar su impronta imperecedera sobre la faz de San José de Ocoa. Murió a la edad en que los mayores comprenden muchas cosas que los jóvenes no comprenden. Es lo que decía el mismo político francés citado anteriormente, quien justificaba que los jóvenes no comprendieran ciertos acontecimientos dijo: “Ah que vous ete jeune et que vous ete femme”. 
 
El Padre Luis debió de haber durado más tiempo con vida física, pero es como nos dice Javier  María: NADA DURA LO BASTANTE: Nada dura lo bastante porque todo se acaba, y una vez acabado resulta que nunca fue bastante, aunque durara cien años. 
 
Cuando murió mi tío Tony, dije, luego lo repitió Món Baéz y así se recoge en esta obra, que entre ellos había una compenetración tan estrecha que en ocasiones no se sabía quién era confesor y quien era el confesado. La muerte de mi tío Tony fue un fuerte golpe para el Padre Luis.
 
“Padre Luis Quinn, Sacerdote ante Todo” no es una biografía, tampoco es un una antología, es una obra con características enciclopédicas más que la vida misma, es sobre la obra del Padre Luis.
La misma está estructurada en 529 páginas, que contiene un Prólogo escrito por el licenciado Juan Ramón Báez, el fraterno y querido Mon, quien nos dice:
 
“La identidad del Padre Luis-Ocoa se ponía de manifiesto cuantas veces afloraba algún problema de cierta importancia, fuera en el plano personal o sea en el plano colectivo. Se le buscaba, se le llamaba, se le reclamaba; de día, de noche, a todas horas; por teléfono, personalmente, comoquiera; ya sea para pedir un consejo familiar, para ir a buscar una parturienta en una loma y llevarla al hospital; ora para dar una misa o hacer un bautizo, o para buscar los medios de curar a alguien que no tenía con qué; sea para que buscara el técnico que debía salvar la cosecha de algún campesino, a punto de perderse, o para que proporcionara los terrenos donde debería ser instalados los transformadores de la CDE; para que gestionara la construcción de un acueducto o para que gestione el alojamiento de los militares que iban a construir los gaviones que evitarán el arrase de tierras y propiedades; para que se construyera un local escolar, una casa familiar, o para que… bueno, prácticamente para todo”.

En otra parte del mismo Prólogo nos  dice el licenciado Báez que el Padre Luis no solamente pedía recursos para la construcción de obras, sino que llegó a presentarse en público como cantante, y hasta grabó canciones que se difundieron por todo el país, acompañándose el mismo con la guitarra. Y agrega el prologuista, que el Padre Luis tuvo sus detractores, pues irradiaba demasiada luz para no causar envidia. Sobre todo en una sociedad tan mezquina como la que vivimos.
 
En la Introducción el propio autor nos explica los motivos que tuvo para escribir esa obra y al respecto nos dice que:
 
“La ausencia de un escrito sustentado de la vida pastoral de un hombre dedicado a la misión pastoral, de un sacerdote entregado a la evangelización, que se dio todo por el todo a un pueblo y dejar su tierra para enclavarse en la cima de las montañas de San José de Ocoa, es el motivo por el cual me he atrevido a organizar algunas ideas sobre la historia de esta leyenda, que por más de 40 años vivió en el corazón del pueblo dominicano”.
 
En otra parte de la Introducción el autor nos dice:
“Se empeñó en hacer bueno al que se apartaba de los caminos de Dios, en conducir al hombre mediante un constante esfuerzo hacia la perfección o, por lo menos, hacia el mejoramiento”.
 
Como una manera de ir ambientando al lector en el lugar donde Dios le tendría reservado al Padre Luis su gran misión pastoral, el autor de la obra le dedica unas cuantas páginas para conocer un poco a San José de Ocoa.
 
La obra se encuentra dividida en capítulos y apéndices. En el primer capítulo nos narra su experiencia en la parroquia de San José de Ocoa; en el segundo lo denomina Padre Luis Quinn: Su labor y desarrollo en San José de Ocoa; en el tercero, nos relata el fallecimiento del Padre Luis Quinn Cassidy; en el cuarto nos trae interesantes opiniones y testimonios sobre la vida del Padre Luis, y en el quinto, recoge las homilías en el novenario del Padre Luis Quinn.
 
Sus apéndices le dan un valor agregado a la obra, pues a través de ellos logramos conocer más de la grandiosa obra de ese consagrado hombre lleno de bondad y buena voluntad. En un primer apéndice nos ofrece una prueba documental; en un segundo apéndice los reconocimientos a su labor; en el tercero lo dedica a las reseñas periodísticas sobre el Padre Luis, y el último apéndice contiene un álbum fotográfico, como mejor evidencia de la gran obra realizada por un hombre que fue sacerdote ante todo. Es impecable la impresión de talleres Amigo del Hogar.
 
Quiero poner énfasis en algunos aspectos de la obra. Dice el Padre Julián:
 
“Quizá el Padre Luis nunca pensó que ese jovencito que pasó un día por Ocoa y el Centro Padre Arturo, siendo seminarista y mecánico de maquinarias industriales, dos años después iba a ser el compañero y el vecino más cercano de él. Solo Dios conoce el corazón de la persona”.
 
En otra parte nos dice el autor:
 
“Voy a confesar que, al principio de mi estadía en la Parroquia San José de Ocoa sentí un poco de temor o dudas en cuando a mi participación en  esta parroquia. Me pregunté varias veces cuál sería mi participación dentro y fuera de la iglesia. Porque llegar a dicha parroquia a contradecir, a poner o quitar, sería muy difícil para mí, que llegué sin tener ninguna experiencia sobre la metodología y la pedagogía con que se tiene costumbre a trabajar en ella”.
 
Sin rubor nos dice el Padre Julián: 
 
Yo tenía bien claro el papel que me correspondía hacer y el objetivo principal; nunca me salí de ese principio: Ir ayudar en lo que podía al Padre Luis, y eso me dio un resultado tan favorable que llegué a ganarme la confianza, el respeto y el apoyo incondicional del sacerdote”.
 
El Padre Luis no solamente sufría por el dolor de los campesinos, de los obreros y del pueblo en general, sufría también a consecuencia del dolor físico que acompañaban sus quebrantos. En este aspecto el Padre Julián nos hace el siguiente relato:
 
“Un año y medio después de llegar a Ocoa para estar a su lado, al Padre Luis se le fue complicando más su estado de salud. Ya no se valía por sí solo, sus enfermedades: mal del Parkinson, las operaciones, cataratas y otros achaques más, le minaron la salud. Hay que reconocer la valentía y la fuerza que sacaba este hombre de Dios para soportar los dolores, que no podía estar parado, ni acostado, ni sentado, ni mucho menos podía caminar. La situación era demasiado delicada aunque no era de una edad muy avanzada, apenas tenía setenta y nueve años cuando falleció. Había que estar al lado del Padre para ver y darse cuenta cómo sufría, cómo apretaba los labios cuando venían esos dolores. Me di cuenta por varias veces en la misa, él agarraba el altar, lo apretada y cerraba sus ojos, entre temblando y quejándose por dentro, daba la sensación de que el dolor lo iba a vencer. Una vez le pregunté: Padre, ¿cómo se siente? Me dijo: ¡Estoy bien!
 
Por más cerca que se estuviera del Padre Luis, los conocimientos sobre ese gran hombre quedarían incompletos si no leemos el libro del Padre Julián.
 
No quiero terminar estas palabras sin agradecer al Padre Julián la deferencia que ha tenido para conmigo al encomendarme la presentación de esta obra que esta noche ponemos en circulación. 
Casi terminado quiero expresar un pensamiento que recoge Elizabeth Gilbert en su libro Come, Reza y Ama cuando nos dice que un monje le dijo en una ocasión:
“El lugar de descanso de la mente es el corazón. La mente se pasa el día oyendo campanadas, ruidos y discusiones, cuando lo único que anhela es tranquilidad. El único lugar donde la mente puede hallar la paz es el silencio del corazón. Ahí es adonde tienes que ir”.
 
¡Ofrézcome! Fue su grito de guerra y también de paz. 
 
¡Ofrézcome Padre, cuanta faltas nos hace!
 
Dr. Jorge A. Subero Isa
Santo Domingo, D. N.
20 de diciembre 2012

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