Palabras pronunciadas por el Dr. Jorge A. Subero Isa al agradecer el reconocimiento del Senado de la República, otorgado mediante resolución de fecha 3 de mayo de 2023, en acto celebrado el 13 de mayo de 2025, a las 10:00 a. m., en el Salón Polivalente Reinaldo Pared Pérez, Palacio del Congreso Nacional, por su vida pública y privada

Quizás habría sido suficiente para reciprocar el gesto de este
reconocimiento con decir, muchas gracias; sin embargo, la condición
de escritor y catedrático, haber dejado una impronta, un legado y tener una exitosa carrera en la vida pública y privada, en beneficio de la nación dominicana, características que sustentan el reconocimiento que se me otorga, me obligan a ir más allá de esas simples palabras.

Acudo ante ustedes no porque considere ser merecedor de los
méritos que tan generosamente me atribuyen en este acto que hoy nos convoca. Lo hago porque no puedo desairar la voluntad del órgano que forma parte de la fuente que nos concede a las personas los derechos de que disfrutamos en la Constitución y las leyes y quien al mismo tiempo nos exige el cumplimiento de deberes como contrapartida de los primeros; esos derechos y deberes sin los cuales la vida en sociedad no sería posible. No tengo más méritos que el de tratar de ser un buen ciudadano y cumplir con mis deberes como tal, conforme a las normas trazadas por ustedes como legisladores, y ceñirme a los rigores de una sociedad que cada día demanda más el cumplimiento de las normas que ella misma traza para la convivencia pacífica. Y quizás agregar a lo anterior, por haber vivido 78 años y ejercido la profesión de abogado por más 55 años, sin la comisión de algún pecado que no haya podido ser expiado con una avemaría o tal vez con algún acto de contrición. Hoy mi conciencia está tan limpia como el agua que brota de la sierra no contaminada, lo cual me conforta, pues siempre he considerado que la mayor sanción que puede recibir una persona es la de su propia conciencia. ¡Nadie me debe favores porque cumplir con el deber no nos convierte en acreedores! Favores debo yo a la sociedad dominicana por haberme dado la oportunidad de servirle desde diferentes posiciones.

Acepto este reconocimiento con humildad y con el firme propósito
y promesa solemne de que no me apartaré ni un momento de la
conducta que ustedes han tomado en consideración para concederlo.

No quiero terminar mi vida como muchos que luego de cosechar lauros y glorias han recibido de sus contemporáneos o de la posteridad el escarnio por su mal comportamiento al final de su existencia. ¡Me conformaría con un descanse en paz! No quisiera que nadie imitare el gesto del existencialista Jean Paul Sartre que como protesta ante lo que fue la vida de François-René de Chateaubriand se orinó en su tumba. Ya he transitado la mayor parte de la ruta que el destino me ha trazado y lo he hecho con gallardía, valentía, pero con humildad y tolerancia, y no quisiera terminar mis años como aquel gallo de pelea de Barahona, famoso en todo el sur, que luego de ser campeón indiscutible de la región por sus certeros golpes de Estebanía o bolsón, terminó empollando huevos.

Mi primer contacto con el Estado en calidad de servidor público
se produjo en septiembre de 1966 cuando cursando el segundo año en la universidad y con diecinueve años de edad fui designado
temporalmente mediante orden interna por el ministro de Educación, Bellas Artes y Cultos de aquella época, lo cual se concretizó posteriormente en un nombramiento otorgado el 20 de octubre de 1966 por el presidente de la República, Dr. Joaquín Balaguer, con el rimbombante título de «Auxiliar Técnico de Impresos y Publicaciones de los Talleres Tipográficos de “La Nación”, Ministerio de Educación, Bellas Artes y Cultos», con un salario de RD$100.00 mensuales, conforme a las atribuciones que le confería el artículo 55 del Acto Institucional, firmado el 3 de septiembre de 1965, que fungió como Constitución de la República hasta el 28 de noviembre de 1966, cuando el gobierno presidido por Joaquín Balaguer proclamó una nueva Carta. Lo de Talleres Tipográficos de La Nación se explica porque una vez desaparecido el periódico con ese nombre, que fue un estandarte de la dictadura trujillista, talleres y personal pasaron a ese ministerio. Como dato curioso debo señalar que a pesar de esa designación fui asignado al área de contabilidad para elaborar las nóminas mensuales de pago de los integrantes del Teatro Nacional, la Sinfónica Nacional, el Coro Nacional, la Dirección General de Bellas Artes y la Dirección General de Deportes, a la sazón dependencias de ese ministerio. Esa fue la única ocasión que toqué las puertas del Estado en la búsqueda de una oportunidad de trabajar para él. Luego de varias promociones presenté renuncia tan pronto recibí el execuátur para ejercer la profesión de abogado, lo cual se produjo el 21 de abril de 1970 al obtener el título de Doctor en Derecho en la UASD el 25 el marzo de 1970; execuátur que fue otorgado por el magistrado Manuel Ramón Ruiz Tejada, quien a la sazón ocupaba la presidencia de la República, debido a la licencia que se auto habían otorgado el presidente Balaguer y su vicepresidente Francisco Augusto Lora para participar cada uno como contrincantes con sus propios partidos en las elecciones de ese año 1970; el primero como candidato a la reelección y el vicepresidente Lora para la presidencia de la República con el Movimiento de Integración Democrática (MIDA), quedando en el pasado aquellas manos enlazadas a los aires desde el balcón del viejo local del Partido Reformista de la calle 30 de marzo, así como la promesa del legado político del presidente en favor del vicepresidente. Agrego que ese decreto que contenía mi execuátur fue de los pocos firmados en esa condición por el magistrado Ruiz Tejada, quien luego de vencida la licencia regresó a los estrados supremos de la Nación.

Un dato histórico interesante que pocos recuerdan es que este
edificio del Congreso Nacional sirvió de sede también a la Junta Central Electoral. Viene a mi memoria que, en las elecciones
municipales de 1968, convocadas conforme a lo que establecía la
Constitución de 1966, fui designado primer vocal de una mesa
electoral que funcionaba en el local de POASI, en la calle Vicente
Noble, de esta ciudad. El presidente de la mesa y yo tuvimos que
abandonar antes de lo previsto ese local, en medio de un intenso
tiroteo y largo apagón y vinimos hasta aquí en un vehículo público a
depositar la urna que contenía los votos que eran publicados en una
pizarra, escritos con tizas en la medida en que iban llegando para el
cómputo final. Estas elecciones culminaron con el mandato del síndico Báez Acosta, quien había ganado las elecciones de 1966 en la boleta del PRD, dándole paso al reformista Guarionex Lluberes Montás.

Mi segundo contacto con el Estado dominicano fue en la estatal
Compañía de Seguros San Rafael, C. por A., a la sazón perteneciente
al grupo CORDE, cuando en el año 1973, ante una situación interna que requería personas de confianza, según me dijeron, su
administrador y amigo personal me pidió que colaborara con ellos
durante un tiempo, petición a la cual accedí, permaneciendo en dicha entidad durante cuatro años, donde luego de pasar por diferentes posiciones llegué a ocupar la gerencia de reclamaciones hasta el año 1977, cuando me reintegré al ejercicio privado de la profesión.

Confieso que manejar asuntos de reclamaciones de seguros despertó en mí una habilidad que de mucho me ha servido al momento de administrar el riesgo en las decisiones que he tomado.

Mi tercer contacto con el Estado se produjo en 1989 cuando a
consecuencia del Convenio de Cooperación Cultural y Educativa entre la República Dominicana y El Reino de España del 15 de noviembre de 1988, se ordenó la conformación de una Comisión Mixta para la aplicación del referido Convenio, siendo designado en la Comisión Dominicana para la Implementación de un Sistema de Equivalencias de Títulos Universitarios entre el Reino de España y la República Dominicana.

Mi cuarto contacto con el Estado se produjo durante uno de los
acontecimientos institucionales de mayor trascendencia ocurridos en el país en el siglo XX, y quizás de los menos estudiados de nuestra
historia reciente, fue el ocurrido el 27 de octubre de 1994, cuando el
Senado de la República, interpretando el sentir popular y deponiendo posiciones partidaristas, en un gesto patriótico escogió la Junta Central Electoral para el periodo 1994-1998, con el reto de organizar las elecciones del año 1996, como consecuencia del traumático proceso electoral que originó la crisis electoral de 1994, que determinó la reforma constitucional de ese mismo año. Sin solicitarlo ni buscarlo y aun sin merecerlo, fui designado como suplente del presidente de ese organismo electoral, Dr. César Estrella Sadhalá, como parte de un selecto grupo de hombres y mujeres que fue el primer fruto directo e inmediato de esa reforma y donde se inició una etapa de nuestra historia que marcó de manera indeleble la nueva democracia dominicana y de cuyas mieles disfruta plenamente en la actualidad la nueva generación de políticos. La juramentación en ese lejano 1994, un día después de ser escogido, fue mi primera visita por ante este tan honorable recinto. Esa Junta Central Electoral, por la confianza que inspiraba y la fuerza moral de sus integrantes les imprimieron a los procesos electorales posteriores una incuestionable legitimidad que se extiende a la actualidad. Hoy, transcurridos treinta y un años, seis meses y algunos días, debo recordar con sentimiento de admiración y respeto a aquellos integrantes que acudieron con desprendimiento al llamado de la patria por mediación de sus voceros autorizados. Me refiero a los titulares: César Estrella Sadhalá, presidente y miembros Juan Sully Bonnelly, Aura Celeste Fernández, Luis Mora Guzmán y Armando Vallejo Santelises y a sus suplentes: Luis Arias Sánchez, de Juan Sully Bonnelly; Margarita Gil, de Aura Celeste Fernández; Rafael Cáceres Rodríguez, de Luis Mora Guzmán; Francisco Díaz Morales, de Armando Vallejo Santelises y yo del presidente Estrella Sadhalá. La confianza y convicción del Senado en los miembros de la Junta Central Electoral de esa época sirvió de correa de transmisión para que se creara en el país un clima propicio para la celebración de un proceso electoral que les permitió a las fuerzas políticas de la nación navegar sin tropiezos por un mar en calma, desafiando los vaticinios de las casandras que presagiaban tempestades catastróficas y que condujeron exitosamente a elecciones de 1996, transitando por rutas desconocidas hasta esa fecha, como fueron los colegios electorales cerrados y la doble vuelta electoral.  Los resultados en segunda vuelta de esas elecciones de 1996 cambiaron el escenario político de la nación; nuestro mapa político se recompuso, teniendo como consecuencia que los tradicionales actores de nuestra vida política prácticamente se apartaran de esa actividad, surgiendo figuras nuevas cuya vigencia persiste en la actualidad y que dominan exitosamente nuestro escenario político.

¡Quién diría que transcurridos treinta y un años, seis meses y
algunos días después de aquella designación de esa Junta Central
Electoral comparezco de nuevo ante ustedes a recibir un segundo
reconocimiento, pues el primero no dejó de serlo, por el celo puesto en la selección de cada uno de sus miembros!

Nunca fue tan oportuna la integración de esa Junta Central
Electoral, ocurrida en el marco de una etapa de nuestra historia donde las pasiones se encontraban desbordadas, como aquel río desbordado por la cantidad de cadáveres arrojados en su cauce, y donde tan solo la inteligencia, la entrega, el liderazgo y el sentido de patria de los grandes líderes políticos de esa época fueron capaces de convertirse en muros de contención que evitaron siniestros acontecimientos para el país. Eso fue una muestra de que cuando las fuerzas que inciden en la toma de decisiones en nuestro país avizoran graves consecuencias para la República son capaces de aglutinarse y formar un solo cuerpo para defenderla.

Como una muestra de que los seres humanos somos juguetes
del destino, esa escogencia de la Junta Central Electoral en octubre de 1994 fue que me abrió la puerta de entrada a la Suprema Corte de Justicia, pues tras la renuncia del Dr. Estrella Sadhalá asumí, como su suplente, la presidencia del órgano electoral. Estoy consciente que de no haber estado colocado a la cabeza de la Junta Central Electoral no se habría producido mi paso al máximo órgano judicial en 1997, siendo la primera Suprema Corte de Justicia designada por el Consejo Nacional de la Magistratura, al amparo de lo que disponía la
Constitución de la República de 1994. Pero en una justa valoración de los acontecimientos y como testimonio para la verdad histórica debo decir que ni mi paso a encabezar la Junta Central Electoral ni mi salida de esta, alteró el compromiso de los que se quedaron para que la institución escogida en 1994 mantuviera su compromiso, esencia y valores.

Mi quinto contacto con el Estado dominicano se produce cuando
el 3 agosto de 1997 fui escogido por el Consejo Nacional de la
Magistratura presidente de la Suprema Corte de Justicia, el cual fue
fruto de ese mismo clima de confianza y transparencia que motivó la
designación de la Junta Central Electoral de octubre de 1994 que
permitió que tres años después el optimismo se apoderara de la clase política dominicana, quien contagió a su vez a diferentes sectores empresariales, eclesiásticos, sindicales, gremios profesionales y sociedad civil y se produjo la sinergia necesaria para que el Consejo Nacional de la Magistratura que había sido creado por la Constitución de 1994, luego de despertar del letargo en que se encontraba en el texto constitucional, escogiera tres años después una Suprema Corte de Justicia que surgió con la legitimidad y credibilidad necesarias que le permitió realizar el más extraordinario proceso de reforma judicial en todo Iberoamérica, convirtiendo al Poder Judicial dominicano en el modelo a seguir, sirviendo sus jueces y técnicos de capacitadores de sus colegas de Centroamérica, siendo su escuela judicial puntera en todo el ámbito internacional, ocupando desde 2001 la Secretaría de la Red Iberoamericana de Escuelas Judiciales (RIAEJ) por diez años, hasta el 2011, la mayoría de esos años bajo la conducción de su dinámico director y actual presidente de nuestra Suprema Corte de Justicia, Luis Henry Molina. Dios me puso al frente de un equipo que fue el protagonista de esos logros. Estoy totalmente seguro que de no haberse mantenido en 1997 el clima de armonía e interés políticos existentes, no se habría producido la convocatoria del Consejo Nacional de la Magistratura y la designación de la Suprema Corte de Justicia.

Nuestro primer gran reto fue, por carecer de instrumento legal
que estableciera los criterios de selección de los futuros magistrados,
recurrir a la evaluación directa. Este proceso de evaluación nos
permitió tener un contacto directo con los aspirantes de los entonces nueve diferentes departamentos judiciales que conformaban la judicatura nacional. El proceso de evaluación se convirtió en un fenómeno masivo de capacitación y actualización jurídica, pues obligó a jueces y aspirantes al estudio de nuestra legislación y textos de derecho, pero de manera especial, porque tuvieron que someterse al escrutinio de la sociedad a la que pertenecían. A tales fines fueron evaluados la cantidad de 2,666 abogados, para lo cual recorrimos 3,891 kilómetros en todo el territorio nacional, de donde fueron escogidos entre jueces y registradores de títulos la cantidad de 537 personas. Por primera vez en la historia del país se penetraba en el corazón del pueblo en la búsqueda de quiénes serían sus juzgadores.

Atrás habían quedado aquellas lapidarias expresiones lanzadas
desde el solio presidencial de que el salario de los jueces era tan bajo como su moral. Doy fe y testimonio de que nos convertimos en el Poder Judicial más independiente de toda Iberoamérica. Todo eso
ocurrió a lo largo de más de catorce años, donde hubo una estrecha
colaboración con los demás poderes públicos y una sintonía con los
demás sectores de la sociedad. Esa confianza se mantuvo hasta el
final, pero era pura ilusión que se mantuviera más allá de las
circunstancias que motivaron los cambios. Ya lo dijo Ortega y Gasset:
«Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo».

Y, es que muchas veces creemos que estamos en los lugares por
poco tiempo. Pero nada dura lo bastante porque todo se acaba, y una vez acabado resulta que nunca fue bastante, aunque durara cien años1. Es como el que duerme en cama ajena, que casi siempre lo hace por un rato 2. Si usted quiere dormir en su propia cama tiene que comprarla.

Mi sexto contacto con el Estado dominicano se produjo cuando el
presidente de la República, Luis Abinader, me designó mediante
decreto número 683-23 del 29 de diciembre de 2023, como miembro del Consejo de la Orden del Mérito de Duarte, Sánchez y Mella. Y el sexto, cuando el mismo presidente mediante decreto 186-24 del 5 de abril de 2024 me designó presidente de la Comisión para el Seguimiento al Plan de Reforma Penitenciaria, como órgano para colaborar con las autoridades correspondientes, de manera muy específica para el nuevo recinto penitenciario Las Parras. Estas dos últimas funciones honoríficas.

No me he aferrado a un pasado inmediato, que tuvo sus luces y
sombras. Quiero decir, quizás con el más irreverente escritor
latinoamericano, José María Vargas Vila que: Vivir con el recuerdo de una gran pasión, es como viajar con el cadáver de un ser querido: una profanación mala y pueril, un sacrilegio estéril y dañoso, hay que dejar dormir los muertos… lo que muere se entierra: seres y sentimientos… y, no se evocan jamás.

Tampoco estoy de acuerdo con Dorothea de Dino, amante de
Talleyrand, cuando en las postrimerías de la vida del célebre
diplomático francés, le escribe diciéndole: «Si, como os sucede,
pertenece a la historia, no debe pensar en ningún otro futuro, excepto el que la historia le tiene señalado. Sabéis bien que la historia juzga el último período de vida de un hombre con más severidad que su comienzo… Declaraos anciano, antes que la gente encuentre que estáis viejo. Decid con nobleza al mundo: ‘Ha llegado la hora’» 3.

Uno piensa en ocasiones como Balzac en El coronel Chabert,
poniendo en boca del abogado Derville diciéndole a Godeschal,
después de comparar la misión del sacerdote, el médico y el hombre
de justicia, lo siguiente:

…Pero nosotros los abogados vemos siempre repetirse los
mismos malos sentimientos, sin que nada los corrija, y nuestros
estudios son sumideros que no es posible sanear. ¡Cuántas
cosas no he aprendido yo ejerciendo mi profesión! Yo he visto
morir á un padre en un granero sin medio alguno de subsistencia,
abandonado por dos hijos a los que había dado cuarenta mil
francos de renta. Yo he visto quemar testamentos; yo he visto
madres despojando de lo suyo á sus hijos, maridos robando a
sus mujeres y mujeres matando á sus maridos, sirviéndose del
amor que les inspiraban para volverles locos o imbéciles, á fin de
vivir en paz con un amante. He visto madres que daban todos los gustos al hijo habido en el primer matrimonio, para acarrearle la
muerte y poder enriquecer al hijo del amor. No puedo decirle a
usted todo lo que he visto, pues he presenciado crímenes contra
los cuales es impotente la justicia. Todos los horrores que los
novelistas creen inventar están siempre muy por debajo de la
verdad. Usted va á tener ahora el disgusto de conocer todas esas
cosas allí, dijo señalando a París; yo me voy á vivir al campo con
mi mujer: París me causa horror.

Como ocurre con frecuencia cuando se ocupa una posición
pública, al poco tiempo pasamos desapercibidos ante los
acontecimientos nacionales como consecuencia de la invisibilidad con que nos acompaña el tiempo transcurrido cuando fuimos actores. Este reconocimiento tangencialmente me rescata del olvido y pienso que con los años he aprendido que por cada pelo que ellos me arrancan nace en mi cabeza una idea nueva. «No tengo nada de que acusar a la vejez», como dijera Gorgias de Leontino, escritor que, cuando a sus 107 años alguien le preguntara por qué quería seguir viviendo tanto tiempo. Menos acusar a personas como Domingo Faustino Sarmiento de quien se decía que cuando estaba ya viejo de años, estaba más joven que nunca por sus ideales.

Mi vida privada, obviamente por ser privada, ha sido menos
expuesta a la opinión pública, pero ha sido tan transparente como mi vida pública, pues considero que el servidor público se encuentra
atado por sus propias funciones y no tratar de separar la vida pública
de la privada. La vida privada de un servidor se encuentra absorbida
por la pública. Todo lo que ocurre en la primera se refleja en la
segunda. Mi deficiente escolaridad forjada durante los primeros años
en la escuela rural de Los Mineros, comunidad cafetalera entonces
perteneciente a San José de Ocoa por allá por el año 1954 y hoy
formando parte territorial de provincia San Cristóbal, donde nuestra mayor fuente de conocimiento era la voluntad del noble y sacrificado maestro Batista empeñado en que sus alumnos aprendiéramos, me ha hecho malas jugadas a través de mi vida, donde solo el refugio en los libros como complemento he logrado parcialmente superar. Quizás por esa razón todavía no he logrado entender la contranovela Rayuela, de Julio Cortázar y se me dificulta la lectura de Ulises, de James Joyce, a pesar de ser consideradas grandes obras de la literatura universal. Pero aun sin alcanzar el nivel de intelectualidad deseada no he permanecido ajeno a los grandes cambios que se han producido en todos los sentidos en nuestra sociedad y en el mundo.

No tengo ningún rubor en confesar que en mi vida he obtenido
grandes logros y profundas satisfacciones. Buena familia, buenos
hijos, nietos saludables, buenos amigos, buenos colegas. Pero sobre
todas las cosas mi mayor satisfacción en el área académica ha sido
que los grandes del derecho dominicano de hoy fueron mis alumnos del ayer. Cuánta razón tenía Domingo Faustino Sarmiento, cuando dijo que el buen maestro es el que es superado por sus alumnos. Muchos de ellos lo han hecho y eso infla mi pecho de orgullo.

No lo niego, coqueteé con el poder, pero ni siquiera cuando
estuve en la cúspide me creí un Cicerón después de sus célebres
Catilinarias, cuando a consecuencia de su triunfo sobre Catilina se
creyó padre de la patria, y al creérselo se considera el punto de partida de su caída. La política me cortejó años después, pero sus cantos de sirenas no lograron seducirme. Me puse tapones de cera en los oídos para como lo hizo Ulises no escuchar sus embrujos, pues le había prometido a mi Penélope que regresaría a su lado y que mientras tanto siguiera tejiendo de día y destejiendo de noche, y finalmente llegué a mi Ítaca, donde encontré la paz anhelada. Tanto con el poder como con la política evité la cotidianidad a fin de mantenerme alejados de ambos, no por rechazo, sino por entender carecer de condiciones para tan nobles tareas. Ya antes muchos amigos se llevaron de los jolgorios y los halagos que se reciben desde las gradas cuando se está en el poder y naufragaron en esas aguas procelosas. Hoy digo como Neruda, confieso que he vivido. Pero tampoco quiero terminando mi vida pública no estar de acuerdo con lo expresado en una ocasión por uno de nuestros grandes líderes políticos de todos los tiempos, cuando dijo que no se le puede poner límites a la providencia.

Hoy el país goza de una sólida democracia e institucionalidad
que pocos de nosotros sembramos ni cultivamos, pero que sí las
cosechamos. Fueron los grandes líderes del pasado quienes con su
experiencia, sabiduría, tolerancia y sentido de Patria lo hicieron. Pero
corresponde a nosotros no solamente cosechar, sino permitir que las
futuras generaciones también lo sigan haciendo. Eso se logra
solamente cuando ese sentido de pertenencia y compromiso
institucional con la República, nos permitan apartarnos de nuestros propios intereses, propósitos individuales y deponer actitudes
individuales. Nuestra historia recoge varios capítulos que nos muestran que cuando la Patria se encontraba amenazada por fuerzas extrañas hemos logrado cerrar filas todos juntos y actuando con sentido de cuerpo.

Señores, al agradecer al honorable Senado de la República este
reconocimiento, tan solo quiero reafirmar mi posición de que el mejor servicio que se le puede prestar a la Patria es el buen comportamiento de sus hijos. He intentado hacerlo. Muchas gracias.

  1. Los Enamoramientos, pág. 110, Javier Marías ↩︎
  2. Javier Marías en Los Enamoramientos, pág. 147, 193 ↩︎
  3. Dorothea de Dino, amante de Talleyrand, en las postrimerías de la vida de Talleyrand, obra: Talleyrand, pág. 285 ↩︎

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